En Las ruinas circulares Jorge Luis Borges
cuenta de un mago que desea soñar a un hombre. Desea -escribe Borges- soñarlo
minuciosamente en su totalidad e imponerlo a la realidad; luego de trabajos
inmensos da cuenta de su criatura a la cual envía por el mundo privada de la
memoria para evitarle descubrir su condición de mero simulacro. Sin embargo, al
final, el mago descubre -con alivio, con humillación, con terror- que también
él es una ilusión, que alguien lo estaba soñando. Las ciudades, al igual que en
cuento de Borges, padecen un engaño semejante sobre su autenticidad. Sean
pequeñas urbes o grandes metrópolis, por lo común son conocidas por sus
centros, sus zonas de negocios, las áreas de mayor destino turístico y de
recreación. Pero a la vez contienen espacios, en ocasiones de enorme y
creciente magnitud, que constituyen zonas tristes,
privadas de todas aquellas características derivadas de la centralidad: aprecio
simbólico, conjunción de funciones administrativas, visibilidad social e
infraestructura de servicios.
Sin embargo,
a pesar de la luminosidad de los centros urbanos, las periferias forman parte
integral de las metrópolis, una especie de alter ego incómodo y rechazado, pero
siempre presentes, por lo que su comprensión se vuelve ineludible para
reconocer el conjunto del fenómeno urbano. Por ello, como en el cuento de
Borges, los centros de las ciudades deben enfrentarse a la realidad del espacio
que les rodean para poder hacerse de su propia representación. Sin la
comprensión de las periferias, no hay metrópoli inteligible ni, mucho menos,
justa y democrática.
Sea
cual sea la actitud que se tenga ante la ciudad, un aspecto es compartido por
todos los que ahí viven: no hay indiferencia frente a ella. La ciudad es una
realidad que se ama o se desprecia, se desea experimentar o escapar de ella, es
un ambiente liberador o fuente de ruina... Pero tales sentimientos se cargan
peligrosamente hacia el pesimismo si nos asomamos a las periferias. “Los
suburbios tienen todas las desventajas de la ciudad y ninguna de sus ventajas”,
decía el protagonista de la serie de televisión The Wonder Years; y el
prototipo de la cultura de masas americana, la familia Simpson, vive
precisamente en un suburbio homogéneo y aburrido, como seguramente son la
mayoría de las 121 ciudades que llevan el nombre de Springfield en los Estados
Unidos. ¿Qué se puede decir a favor de los suburbios mexicanos? ¿Sólo que son
la única alternativa de residencia para una multitud de pobres que estaría peor
si se quedara en el campo? ¿Que sus habitantes son héroes o mártires del
“milagro” mexicano que creó ciudades sin ampliar la producción económica? Al
menos un aspecto es posible reconocer. Los suburbios en la ciudad de México,
son el laboratorio de los procesos sociales más dinámicos y de la suerte que
corran económica y socialmente dependerá el futuro de la metrópoli.
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