miércoles, 15 de febrero de 2012

Sealtiel Alatriste y la tormenta perfecta


Un alto funcionario de la UNAM ha debido dejar su cargo para poder detener la avalancha de críticas que ha suscitado la entrega del premio Xavier Villaurrutia -un galardón decidido por escritores para escritores, según reza la definición que se ha hecho de este premio- debido tanto que uno de los jurados era un subordinado del escritor premiado como a que sobre él pesaban acusaciones de plagio por tomar párrafos enteros de otros autores o de la enciclopedia virtual Wikipedia.
El caso muestra muchas aristas que desde una perspectiva de los interesados en la cultura y en las políticas y prácticas que rigen el campo de la producción, circulación y consumo de los bienes simbólicos impera en México. ¿Qué hubiera pasado por, ejemplo, si el funcionario impugnado no hubiera recibido el premio Xavier Villaurrutia, es decir, si no se hubiera creado una coyuntura que lo colocara en centro de la atención del mundo de las letras y del periodismo cultural? ¿Tendría la misma repercusión mediática y hubiera suscitado el mismo escándalo si el escritor señalada no hubiera sido director de Difusión Cultural de la UNAM, uno de los espacios identificados con la alta cultura del país y con poder para decir quien “usa” el extensísimo aparato cultural de la Universidad para difundir, discutir, cuestionar o exponer su obra? ¿Alcanzaría la misma notoriedad este caso de haber ocurrido en una institución no universitaria o del interior del país?
Una acusación de plagio muy sonada que hasta hace poco estaba pendiente de resolución fue la que entabló la escritora Carmen Formoso ni más ni menos contra el premio nobel de literatura Camilo José Cela por haber plagiado  una novela suya que presentó al premio Planeta de 1994, al que concurrió también el escritor gallego. Por cierto que en este caso la denuncia precisamente tuvo mayor repercusión porque Cela se alzó con el premio del certamen. La disputa no se estableció por haber tomado un párrafo del escrito de Formoso sino por “un supuesto de transformación, al menos en parte de la obra original” (El País 17-10-2010). La acusación también considera al delegado del grupo Planeta, José Manuel Lara, por supuestamente haber puesto a disposición de Cela la obra de Formoso. Es obvio que en la dificultad para resolver esta demanda es muy grande, como se puede deducir de los casi de quince años que lleva el proceso y de la gran cantidad de recursos con los que ha podido mantener su vigencia, ya que en realidad no se trata de la copia de un párrafo, ni del argumento de la novela, sino, en caso de que en realidad hubiera plagio, de un proceso de relaboración de un texto que por lo mismo es difícil de discernir.
Las repercusiones del descubrimiento de plagio en el caso de Sealtiel Alatriste se han multiplicado al ser designado merecedor del premio Xavier Villaurrutia por su papel de funcionario de una muy prestigiosa institución cultural. Posiblemente un escritor sin esa responsabilidad no sería juzgado con igual severidad que lo que ha sido Alatristre e incluso tal vez se hubiera dado el gusto de banalizar su conducta.  Mala suerte de Sealtiel Alatriste que no pudo actuar como Bryce Echenique quien al ser acusado de plagio recurrió a explicaciones increíbles como errores de su secretaria o intervenciones de hackers.
Tal vez lo que mayor indignación causó en el caso de Sealtiel Alatriste es que se tratara de un funcionario de la más importante institución universitaria del país, donde el plagio debe ser sancionado severamente. En un mundo de escritores donde es celebrado el poder de la creación, la denuncia de plagio es algo grave, pero cuando ese escritor representa a una importante universidad el caso se vuelve más grave porque se trata de un comportamiento ajeno a la deontología de la investigación y la docencia.
El caso Sealtiel Alatriste ha sido una representación de la llamada tormenta perfecta, ese fenómeno meteorológico que consistió en la concurrencia de varios accidentes atmosféricos: el hacer copia verbatim de pasajes de documentos producidos por otros y haberlos colocado en sus textos sin la debida referencia, el que por recibir un premio literario por obras que aunque fueran  ajenas a las denuncias de plagio, se animaran los juicios que cuestionaban sus méritos como creador, el que se tratara de un funcionario con poder sobre presupuestos, programas, inclusiones y exclusiones y el que una institución como la UNAM no pudiera contender con un desaire autoritario la denuncia de plagio a uno de sus altos dirigentes, llevó a un desenlace que ha colocado a Alatriste en un situación muy pesimista sobre su permanencia en el campo literario.
Las denuncias de plagio no son nuevas en la historia de la cultura occidental pero se han hecho más graves en la medida en que ahora es más fácil detectarlas y hay, por otra parte, una mayor conciencia del derecho a la propiedad intelectual. Muy probablemente, como se ha defendido Sealtiel Alatriste, los pasajes que ha copiado sin haber referido a sus autores constituyan una parte mínima y tangencial de su actividad creadora, pero la conciencia del mundo y, sobre todo, la crítica de sus pares es más dura que antes y cuenta con mayor repercusión mediática que hace años. Sus renuncias a Difusión UNAM y al premio Xavier Villaurrutia, anunciadas el día de ayer 14 de febrero apenas alcanzarán para sacar el tema del debate institucional para colocarlo en el de la esfera privada, pero no podrán hacer mucho más dado el papel de los escritores en esta época. Para fines de nuestras reflexiones sobre la política cultural, sólo podemos confirmar que éste ya no es un sector donde el autoritarismo pueda servir para gestionar los conflictos, sino que el vínculo cultura-democracia-justicia se ha hecho cada día más sólido e imposible de eludir.